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jueves, 30 de octubre de 2014

LA PROSTITUCIÓN EN LA ANTIGUA ROMA

Ana Alejandre

    En la edición anterior se hablaba de la homosexualidad y el matrimonio en el mundo romano, dejando para esta ocasión la prostitución en la Antigua Roma y sus muchas implicaciones en la vida social de los ciudadanos romanos.

La palabra prostitución proviene del término latino prostituere que significa "exhibir para la venta". Las prostitutas y prostitutos cambian sus favores sexuales, que es como decir que venden su cuerpo para que los clientes obtengan placer sexual a cambio del dinero que pagan por ello. En la Grecia clásica la prostitución se denominaba porne, término que derivaba del verbo pernemi que significa "vender".

Como ya se dijo en la entrega anterior, la Antigua Roma tenía una idea distinta de la sexualidad, según fuera la clase, estatus social y el sexo de quien la practicara. Tampoco existía diferencia en el concepto de heterosexualidad y homosexualidad, ya que ambas se consideraban la expresión de la sexualidad inherente en cada ser humano; sin embargo, sí había una diferenciación en cuanto al rol masculino al que se le consideraba que tenía una mayor autoridad por su participación "activa" en la práctica sexual, ya que era un claro símbolo de poder y estatus,

La sociedad romana estaba regida por unas normas éticas determinadas, lo que no era óbice para que fuera muy promiscua y liberal, especialmente para los hombres, ya que aceptaba con total normalidad las relaciones extramatrimoniales para los ciudadanos libres.

Por ese motivo, un ciudadano podía mantener relaciones sexuales tanto con su esposa en la intimidad de su hogar, al igual que con un hombre en los baños públicos (siempre con la salvedad de que fuera el "activo" como se indica anteriormente), como también con una prostituta en un burdel o con un esclavo de ambos sexos. Toda la exigencia moral romana siempre estaba basada en el "control" o ejercicio del poder del varón y ciudadano libre en los temas sexuales y por ello el rechazo al rol "pasivo" en las prácticas homosexuales. Sólo recibía crítica a esa sexualidad libre fuera del matrimonio, cuando era incapaz de separar debidamente su vida matrimonial y sus otras prácticas sexuales que no debían afectar nunca a su vida familiar y social. 

Toda esta libertad sexual, a pesar de sus reglas y condiciones, permitía una gran promiscuidad fuera del matrimonio. Para la mujer, el matrimonio significaba más un determinado estatus social que con la propia sexualidad, a no ser para la procreación, por lo que el casado tenía libertad para tener relaciones sexuales extramatrimoniales. En ese sentido Cicerón, durante la República, afirmó que no había nada que se opusiera a que un hombre tuviera relaciones sexuales con otro hombre (lo que no estaba bien visto en el caso de las mujeres, como se dijo en la edición anterior).

El amor en la Antigua Roma, tal como se entiende en el aspecto emocional, se consideraba que era contrario al pensamiento racional y se le consideraba algo ridículo. Si un matrimonio se besaba en público se consideraba un gesto indecente; aunque no estaba prohibido a las mujeres que pudieran recibir visitas de hombres libremente, aunque respetando ciertas reglas morales y sociales.

Por todo ello, el sexo y la lujuria eran plenamente aceptados y practicados por el ciudadano romano, como expresión genuina de la propia sexualidad tanto del hombre como de la mujer, ya que en la Antigua Roma la búsqueda del placer -si se respetaban ciertas reglas- era el ´valor supremo al que estaban sometidas otras consideraciones tanto personales como sociales.

Por ese motivo, el adulterio y el divorcio estaban bien aceptados y practicados por la sociedad romana con total normalidad y el propio Ovidio en "El arte de amar" los elogiaba, 


La prostitución en la Antigua Roma 


En la sociedad del Imperio Romano, la práctica de la prostitución era algo habitual y quienes la ejercían no eran perseguidos porque no contravenían ninguna ley, aunque se les negaba ciertos privilegios, como era el de casarse con un ciudadano libre o estaban marcados con la nota de infamia, es decir, no poder hacer testamento ni recibir herencia, aunque al casarse desaparecía dicha nota infamante.

Había varias clases de prostitutas -aunque también existían los prostitutos que vendían sus servicios tanto a hombres como a mujeres-. Las prostitutas tenían la obligación de llevar vestimentas distintas a las de las mujeres decentes -túnica de color marrón rojizo- y teñirse el pelo de color rubio o llevar pelucas de dicho color, por la gran expectación que les provocaba a los romanos las esclavas germanas que se convertían también en esclavas sexuales.

Además, las prostitutas tenían que registrarse en el Municipio como tales. Se sabe que en el año 1 d.C. en el registro municipal constaban inscritas 32.000 prostitutas, lo que indica la alta aceptación social que éstas tenían en la vida de los ciudadanos, pues se las consideraba que ejercían una labor social. Las que estaban registradas eran llamadas "meretrices" -término que también se usaba para denominar a las dueñas de un lupanar o prostíbulo al que iban las prostitutas a ejercer su oficio-; mientras que las que no lo estaban eran denominadas "prostibulae", ejercían su oficio donde pudieran y no tenían que pagar el impuesto. A su vez, las "ambulatarae" eran llamadas así por trabajar en la calle o en el circo; las "lupae" lo hacían en los bosques cercanos a la ciudad, y las "bustariae" ejercían su oficio en los cementerios. El más alto rango dentro de la prostitución lo tenían las "delicatae" cuyos clientes se contaban entre los patricios, senadores, ricos comerciantes o los altos mandos del ejército.

También se conocían con distintos nombres según los precios que cobraban o por las especialidades sexuales que ofrecieran: Las "cuadrantarias" eran denominadas así por cobrar un cuadrante (una miseria, equivalente a la cuarta parte de un as) término que era usado como un insulto equivalente a "punta de cinco céntimos". Las "pala" no podían negarse a ninguna solicitud del cliente que pagaba el precio exigido. Las "felatoras" eran las expertas en la "fellatio" el acto más degradante y por ello más caro.

la mayoría de las prostitutas ejercían su oficio en edificios llamadas lupanares, es decir, establecimientos que tenían licencia municipal¸ aunque también las había en lugares públicos como circos, anfiteatros, baños, mesones, posadas, tabernas, ya que el sexo era otro atractivo más que ofrecían dichos establecimientos a sus clientes.

Hay constancia de que la mayor parte de los prostíbulos o lupanares de Roma se encontraban en el Esquilino y el Circo Máximo, siendo los más elegantes los que estaban situados en la cuarta región. Para identificarlos mostraban un gran falo que era iluminado por la noche y estaban decorados con elementos alusivos al sexo como murales en el que mostraban escenas sexuales, además de ofrecer a la entrada de cada habitación una lista de servicios y los precios correspondientes. La intimidad no se propiciaba porque las distintas habitaciones no contaban con puertas ni cortinas por lo que todo sucedía a la vista de todos los que pasaban por delante de la celda.

Existen evidencias claras de que algunos, no todos, de los prostíbulos eran frecuentados por mujeres pertenecientes a las clases sociales más elevadas que buscaban en los lupanares a chicos jóvenes con quienes mantener relaciones sexuales.

También existen muchas referencias escritas de que mujeres de familias nobles ejercieron la prostitución por placer, entre las que se pueden encontrar a Julia (hija del emperador Augusto), Agripina y Mesalina (tercera esposa del emperador Claudio), la que llegó a alquilar un "fornice" para su propio uso, se vestía con las ropas propias del oficio, además del correspondiente cambio de aspecto con la peluca rubia y se cambiaba de nombre para ser llamada "Lycisca", con lo que ejercía de incógnito y diariamente la prostitución. Se sabe que compitió con una conocida prostituta y en un sólo día llego a estar con más de cien hombres; finalizando su "jornada laboral", pagaba al "leno", o dueño del lupanar -de ahí proviene el término de lenocinio que viene a ser similar a proxenetismo-, su parte proporcional de las ganancias, y regresaba al palacio imperial donde volvía a ser la emperatriz Mesalina. 

Este oficio llamado el más antiguo del mundo era ejercido por hombres y mujeres de diferente clases sociales que ofrecían sus servicios, pero con los tabúes que la sociedad romana tenía hacia el sexo oral -la felación y el cunnilingus eran consideradas prácticas repugnantes y degradantes para quienes las ejecutaran, por lo que eran siempre los servicios más caros- y también se rechazaba el rol pasivo en el hombre.

Se sabe que muchas prostitutas eran libertas, es decir, esclavas que habían podido comprar su libertad con lo que habían ganado en su duro oficio. Después de ser libres, muchas siguieron ejerciendo la prostitución de forma directa o indirecta, es decir, como meretriz, es decir, como dueña del prostíbulo -llamadas actualmente con el término francés de "madames"-. A partir del siglo I comenzaron a pagar un impuesto las que estaban registradas en el registro municipal al efecto. Llegaron a tener una fiesta anual que celebraban el 23 de diciembre.


Los lupanares o prostíbulos


Lupanar -cuyo significado es prostíbulo-, como término nació en la propia Roma, cuya raíz era la palabra "lupa", que era utilizada para designar tanto a la mujer como al animal que servía para tales fines. A las prostitutas romanas, las "lupae", ejercían sus actividades en los llamados lupanares. 

Como ya se explicó en la edición anterior, el adulterio cometido por una mujer era castigado severamente por quien ejerciera de pater familiae, quien podría repudiarla, en caso de ser el marido, o hasta condenarla a muerte.

El adulterio sólo se cometía si se llevaba a cabo por parte de una mujer casada, pero el marido podía tener relaciones sexuales en los lupanares con prostitutas o prostitutos, además de con esclavos que eran considerados "res" o cosas, lo que evitaba las infidelidades que sólo eran posible con quien fuera ciudadano libre y no profesional de la prostitución, lo que no era más que una prestación de servicios previo pago de los mismos. También, se ejercía dicha actividad sexual mercenaria en los templos en los que las sacerdotisas, que eran en su mayoría excelentes bailarinas, ejercían la prostitución sagrada como ofrenda a los dioses a los que estaban consagradas, cobrando por sus servicios en calidad de donaciones al templo.

En los lupanares existía una zona de recepción que estaba abierta a la calle y separada por una cortina. En el interior del lupanar, las prostitutas permanecían vestidas con ropas sugerentes, gasas, o completamente desnudas para que los clientes pudieran examinarlas; o también podían estar sentadas en sillas o sillones, esperando ser elegida por el cliente potencial. Una vez que el cliente elegía a una de ellas se dirigían a la habitación que tenía asignada la prostituta en cuestión -estancia llamada "fornice" o celda-, la que tenía sólo una cama de mampostería o madera con un simple colchón y cuya habitación estaba desprovista de ventana, puerta o cortina, como ya se ha dicho anteriormente. Las prostitutas estaban anunciadas en la zona de recepción, según su especialidad amatoria y los precios correspondientes..

La actividad y oficio de prostituta -término que proviene de la locución pro statuere que significa "estar colocado delante", "mostrarse"-, era extremadamente terrible, tanto si eran esclavas como mujeres libres por la propia idiosincrasia de los servicios que prestaban -como sucede a lo largo de la Historia y en la actualidad-. los prostíbulos o lupanares eran auténticos lugares de depravación y vicio y, en cierto grado, baratos, por lo que podían ser visitados por las clases medias, ya que el precio de un servicio venía a ser similar a medio denario o cuatro ases, equivalente al pago de medio día de trabajo bien pagado Sin embargo y como se ha dicho anteriormente el sexo también se practicaba en las calles, en los pórticos de los antiguos teatros, o en las termas o baños públicos, ya que en la época imperial se hicieron mixtos, lo que influyó considerablemente en el aumento de la promiscuidad, lo mismo que sucedió en los cementerios por el mismo motivo. 

Como se ha dicho anteriormente, las celdas donde cada prostituta ejercía sus actividades y recibía a sus clientes se llamaba "fornice", como también se llamaban los arcos de los teatros y anfiteatros que eran lugares de habituales encuentros sexuales. Dicho término dio origen al verbo "fornicar". 


La prostitución masculina 


La prostitución no era exclusiva de las mujeres, sino que la ejercían hombres jóvenes que ofrecían sus servicios tanto a hombres como a mujeres, según las fuentes escritas más remotas. Se sabe que los prostitutos masculinos esperaban en las esquinas de los baños a las mujeres para ofrecerles sus servicios de sexo oral. Sin embargo, según las creencias sociales de la época en cuanto a la degradación sexual de un hombre, era mucho peor considerado el prostituto que realizaba sexo oral a una mujer que el que se dejaba penetrar por otro hombre. Recibía el estatus legal de infame, lo que le dejaba al mismo nivel que las prostitutas, los gladiadores y los actores, lo que significaba la imposibilidad de votar o de representarse a sí mismo ante un tribunal.

Fue alrededor del año 200 d.C. cuando existía una calzada, la statio cunnulingiorum, en la que se reunían los prostitutos, pero diferenciándose en los papeles de activo y pasivo, según el lado de la calzada en el que se situaban. El jurista Paulo señaló que un marido podría asesinar a un prostituto si éste lo sorprendía en pleno acto sexual con su esposa. 

Se conoce el dato de que las prostitutas romanas se quejaron de la fuerte competencia que les hacían los jóvenes prostitutos que ofrecían sus servicios y eran mejor pagados por los clientes.


El proxeneta 


Esta figura imprescindible cuando se habla de prostitución, en la Antigua Roma podía ser hombre o mujer -llamado "leno" como ya se ha dicho anteriormente. Era el encargado de organizar, explotar y controlar a las prostitutas, manteniendo el orden, y cobraba una comisión o porcentaje del precio del servicio a cada una de ellas. La recaudación la hacía en nombre propio o en nombre de un tercero, habitualmente un rico inversor que podía ser el dueño de las esclavas y esclvos que destinaba a la prostitución. La parte recaudada a cada prostituta era una tercera parte como mínimo, aunque era probable que fuera una cantidad mayor. Si les daba habitación para dormir, ropa o comida, la prostituta tenía que pagarlas con sus ganancias.

Los precios eran muy diferentes según los servicios prestados, pero en general eran precios muy bajos que oscilaban en un cuarto de denario.

La prostitución también se vió aumentada por las clases más bajas como forma de búsqueda de un modo de vida que se sumaron a los esclavos en el ejercicio de la prostitución, pues éstos también mantenían relaciones sexuales co sus dueños obligados por los mismos, lo que hizo que la natalidad aumentara fuera del matrimonio considerablemente. Se combatía los embarazos no deseados con pociones abortivas o bien mediante el infanticidio o el abandono de los recién nacidos. Toda esta situación llevó al emperador Augusto a dictar leyes contra el adulterio.

La prostitución, pues, a pesar de ser una lacra social entonces y ahora, era fomentada y consentida por la sociedad de la Antigua Roma como un servicio que la propia sociedad y su estructura demandaba y sostenía, aunque se tenía la doble moral de condenarla públicamente y buscar sus servicios en lo privado. Como ha sido siempre. 

Ya decía Catón el Viejo: “Es bueno que los jóvenes poseídos por la lujuria vayan a los burdeles en vez de tener que molestar a las esposas de otros hombres”.

En definitiva de eso se trataba entonces y ahora: que los hombres puedan cometer adulterio sin correr el peligro de que sus esposas hicieran o hagan lo mismo, porque las profesionales del sexo ofrecen sus servicios con la discreción que su oficio demanda y la tranquilidad que ello supone para los hombres de cualquier época, antigua y moderna, porque suponen que sus mujeres están a salvo de la codicia de otros hombres, y sobre todo queda a salvo su propia vanidad, orgullo y sentido de la posesión que no serán profanados por ningún otro varón. 

Lo cual, además de pueril, es tan poco fiable como lo es la propia fidelidad masculina hacia la mujer a la que nadie pregunta qué piensa, qué desea y qué necesita. Por eso, quizás, su adulterio siempre es más sutil, secreto e inteligente y sin tener que recurrir a profesionales del sexo, salvo en contadas ocasiones que no llegan a formar nunca parte de la estadística, esa que sólo se ocupa de las cuestiones sexuales de los hombres que son las verdaderamente importantes, al menos para ellos. 

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Véase:

AMOR Y SEXUALIDAD EN LA ANTIGUA ROMA
ALFONSO CUATRECASAS ,
DIFUSION JURIDICA Y TEMAS DE ACTUA, 2009

LA PROSTITUCION EN GRECIA Y ROMA
VIOLAINE VANOYEKE ,
S.A. EDITORIAL EDAF, 1991

ARTE Y EROTISMO EN EL MUNDO CLASICO
CARMEN SANCHEZ
SIRUELA, 2005