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jueves, 30 de octubre de 2014

LA PROSTITUCIÓN EN LA ANTIGUA ROMA

Ana Alejandre

    En la edición anterior se hablaba de la homosexualidad y el matrimonio en el mundo romano, dejando para esta ocasión la prostitución en la Antigua Roma y sus muchas implicaciones en la vida social de los ciudadanos romanos.

La palabra prostitución proviene del término latino prostituere que significa "exhibir para la venta". Las prostitutas y prostitutos cambian sus favores sexuales, que es como decir que venden su cuerpo para que los clientes obtengan placer sexual a cambio del dinero que pagan por ello. En la Grecia clásica la prostitución se denominaba porne, término que derivaba del verbo pernemi que significa "vender".

Como ya se dijo en la entrega anterior, la Antigua Roma tenía una idea distinta de la sexualidad, según fuera la clase, estatus social y el sexo de quien la practicara. Tampoco existía diferencia en el concepto de heterosexualidad y homosexualidad, ya que ambas se consideraban la expresión de la sexualidad inherente en cada ser humano; sin embargo, sí había una diferenciación en cuanto al rol masculino al que se le consideraba que tenía una mayor autoridad por su participación "activa" en la práctica sexual, ya que era un claro símbolo de poder y estatus,

La sociedad romana estaba regida por unas normas éticas determinadas, lo que no era óbice para que fuera muy promiscua y liberal, especialmente para los hombres, ya que aceptaba con total normalidad las relaciones extramatrimoniales para los ciudadanos libres.

Por ese motivo, un ciudadano podía mantener relaciones sexuales tanto con su esposa en la intimidad de su hogar, al igual que con un hombre en los baños públicos (siempre con la salvedad de que fuera el "activo" como se indica anteriormente), como también con una prostituta en un burdel o con un esclavo de ambos sexos. Toda la exigencia moral romana siempre estaba basada en el "control" o ejercicio del poder del varón y ciudadano libre en los temas sexuales y por ello el rechazo al rol "pasivo" en las prácticas homosexuales. Sólo recibía crítica a esa sexualidad libre fuera del matrimonio, cuando era incapaz de separar debidamente su vida matrimonial y sus otras prácticas sexuales que no debían afectar nunca a su vida familiar y social. 

Toda esta libertad sexual, a pesar de sus reglas y condiciones, permitía una gran promiscuidad fuera del matrimonio. Para la mujer, el matrimonio significaba más un determinado estatus social que con la propia sexualidad, a no ser para la procreación, por lo que el casado tenía libertad para tener relaciones sexuales extramatrimoniales. En ese sentido Cicerón, durante la República, afirmó que no había nada que se opusiera a que un hombre tuviera relaciones sexuales con otro hombre (lo que no estaba bien visto en el caso de las mujeres, como se dijo en la edición anterior).

El amor en la Antigua Roma, tal como se entiende en el aspecto emocional, se consideraba que era contrario al pensamiento racional y se le consideraba algo ridículo. Si un matrimonio se besaba en público se consideraba un gesto indecente; aunque no estaba prohibido a las mujeres que pudieran recibir visitas de hombres libremente, aunque respetando ciertas reglas morales y sociales.

Por todo ello, el sexo y la lujuria eran plenamente aceptados y practicados por el ciudadano romano, como expresión genuina de la propia sexualidad tanto del hombre como de la mujer, ya que en la Antigua Roma la búsqueda del placer -si se respetaban ciertas reglas- era el ´valor supremo al que estaban sometidas otras consideraciones tanto personales como sociales.

Por ese motivo, el adulterio y el divorcio estaban bien aceptados y practicados por la sociedad romana con total normalidad y el propio Ovidio en "El arte de amar" los elogiaba, 


La prostitución en la Antigua Roma 


En la sociedad del Imperio Romano, la práctica de la prostitución era algo habitual y quienes la ejercían no eran perseguidos porque no contravenían ninguna ley, aunque se les negaba ciertos privilegios, como era el de casarse con un ciudadano libre o estaban marcados con la nota de infamia, es decir, no poder hacer testamento ni recibir herencia, aunque al casarse desaparecía dicha nota infamante.

Había varias clases de prostitutas -aunque también existían los prostitutos que vendían sus servicios tanto a hombres como a mujeres-. Las prostitutas tenían la obligación de llevar vestimentas distintas a las de las mujeres decentes -túnica de color marrón rojizo- y teñirse el pelo de color rubio o llevar pelucas de dicho color, por la gran expectación que les provocaba a los romanos las esclavas germanas que se convertían también en esclavas sexuales.

Además, las prostitutas tenían que registrarse en el Municipio como tales. Se sabe que en el año 1 d.C. en el registro municipal constaban inscritas 32.000 prostitutas, lo que indica la alta aceptación social que éstas tenían en la vida de los ciudadanos, pues se las consideraba que ejercían una labor social. Las que estaban registradas eran llamadas "meretrices" -término que también se usaba para denominar a las dueñas de un lupanar o prostíbulo al que iban las prostitutas a ejercer su oficio-; mientras que las que no lo estaban eran denominadas "prostibulae", ejercían su oficio donde pudieran y no tenían que pagar el impuesto. A su vez, las "ambulatarae" eran llamadas así por trabajar en la calle o en el circo; las "lupae" lo hacían en los bosques cercanos a la ciudad, y las "bustariae" ejercían su oficio en los cementerios. El más alto rango dentro de la prostitución lo tenían las "delicatae" cuyos clientes se contaban entre los patricios, senadores, ricos comerciantes o los altos mandos del ejército.

También se conocían con distintos nombres según los precios que cobraban o por las especialidades sexuales que ofrecieran: Las "cuadrantarias" eran denominadas así por cobrar un cuadrante (una miseria, equivalente a la cuarta parte de un as) término que era usado como un insulto equivalente a "punta de cinco céntimos". Las "pala" no podían negarse a ninguna solicitud del cliente que pagaba el precio exigido. Las "felatoras" eran las expertas en la "fellatio" el acto más degradante y por ello más caro.

la mayoría de las prostitutas ejercían su oficio en edificios llamadas lupanares, es decir, establecimientos que tenían licencia municipal¸ aunque también las había en lugares públicos como circos, anfiteatros, baños, mesones, posadas, tabernas, ya que el sexo era otro atractivo más que ofrecían dichos establecimientos a sus clientes.

Hay constancia de que la mayor parte de los prostíbulos o lupanares de Roma se encontraban en el Esquilino y el Circo Máximo, siendo los más elegantes los que estaban situados en la cuarta región. Para identificarlos mostraban un gran falo que era iluminado por la noche y estaban decorados con elementos alusivos al sexo como murales en el que mostraban escenas sexuales, además de ofrecer a la entrada de cada habitación una lista de servicios y los precios correspondientes. La intimidad no se propiciaba porque las distintas habitaciones no contaban con puertas ni cortinas por lo que todo sucedía a la vista de todos los que pasaban por delante de la celda.

Existen evidencias claras de que algunos, no todos, de los prostíbulos eran frecuentados por mujeres pertenecientes a las clases sociales más elevadas que buscaban en los lupanares a chicos jóvenes con quienes mantener relaciones sexuales.

También existen muchas referencias escritas de que mujeres de familias nobles ejercieron la prostitución por placer, entre las que se pueden encontrar a Julia (hija del emperador Augusto), Agripina y Mesalina (tercera esposa del emperador Claudio), la que llegó a alquilar un "fornice" para su propio uso, se vestía con las ropas propias del oficio, además del correspondiente cambio de aspecto con la peluca rubia y se cambiaba de nombre para ser llamada "Lycisca", con lo que ejercía de incógnito y diariamente la prostitución. Se sabe que compitió con una conocida prostituta y en un sólo día llego a estar con más de cien hombres; finalizando su "jornada laboral", pagaba al "leno", o dueño del lupanar -de ahí proviene el término de lenocinio que viene a ser similar a proxenetismo-, su parte proporcional de las ganancias, y regresaba al palacio imperial donde volvía a ser la emperatriz Mesalina. 

Este oficio llamado el más antiguo del mundo era ejercido por hombres y mujeres de diferente clases sociales que ofrecían sus servicios, pero con los tabúes que la sociedad romana tenía hacia el sexo oral -la felación y el cunnilingus eran consideradas prácticas repugnantes y degradantes para quienes las ejecutaran, por lo que eran siempre los servicios más caros- y también se rechazaba el rol pasivo en el hombre.

Se sabe que muchas prostitutas eran libertas, es decir, esclavas que habían podido comprar su libertad con lo que habían ganado en su duro oficio. Después de ser libres, muchas siguieron ejerciendo la prostitución de forma directa o indirecta, es decir, como meretriz, es decir, como dueña del prostíbulo -llamadas actualmente con el término francés de "madames"-. A partir del siglo I comenzaron a pagar un impuesto las que estaban registradas en el registro municipal al efecto. Llegaron a tener una fiesta anual que celebraban el 23 de diciembre.


Los lupanares o prostíbulos


Lupanar -cuyo significado es prostíbulo-, como término nació en la propia Roma, cuya raíz era la palabra "lupa", que era utilizada para designar tanto a la mujer como al animal que servía para tales fines. A las prostitutas romanas, las "lupae", ejercían sus actividades en los llamados lupanares. 

Como ya se explicó en la edición anterior, el adulterio cometido por una mujer era castigado severamente por quien ejerciera de pater familiae, quien podría repudiarla, en caso de ser el marido, o hasta condenarla a muerte.

El adulterio sólo se cometía si se llevaba a cabo por parte de una mujer casada, pero el marido podía tener relaciones sexuales en los lupanares con prostitutas o prostitutos, además de con esclavos que eran considerados "res" o cosas, lo que evitaba las infidelidades que sólo eran posible con quien fuera ciudadano libre y no profesional de la prostitución, lo que no era más que una prestación de servicios previo pago de los mismos. También, se ejercía dicha actividad sexual mercenaria en los templos en los que las sacerdotisas, que eran en su mayoría excelentes bailarinas, ejercían la prostitución sagrada como ofrenda a los dioses a los que estaban consagradas, cobrando por sus servicios en calidad de donaciones al templo.

En los lupanares existía una zona de recepción que estaba abierta a la calle y separada por una cortina. En el interior del lupanar, las prostitutas permanecían vestidas con ropas sugerentes, gasas, o completamente desnudas para que los clientes pudieran examinarlas; o también podían estar sentadas en sillas o sillones, esperando ser elegida por el cliente potencial. Una vez que el cliente elegía a una de ellas se dirigían a la habitación que tenía asignada la prostituta en cuestión -estancia llamada "fornice" o celda-, la que tenía sólo una cama de mampostería o madera con un simple colchón y cuya habitación estaba desprovista de ventana, puerta o cortina, como ya se ha dicho anteriormente. Las prostitutas estaban anunciadas en la zona de recepción, según su especialidad amatoria y los precios correspondientes..

La actividad y oficio de prostituta -término que proviene de la locución pro statuere que significa "estar colocado delante", "mostrarse"-, era extremadamente terrible, tanto si eran esclavas como mujeres libres por la propia idiosincrasia de los servicios que prestaban -como sucede a lo largo de la Historia y en la actualidad-. los prostíbulos o lupanares eran auténticos lugares de depravación y vicio y, en cierto grado, baratos, por lo que podían ser visitados por las clases medias, ya que el precio de un servicio venía a ser similar a medio denario o cuatro ases, equivalente al pago de medio día de trabajo bien pagado Sin embargo y como se ha dicho anteriormente el sexo también se practicaba en las calles, en los pórticos de los antiguos teatros, o en las termas o baños públicos, ya que en la época imperial se hicieron mixtos, lo que influyó considerablemente en el aumento de la promiscuidad, lo mismo que sucedió en los cementerios por el mismo motivo. 

Como se ha dicho anteriormente, las celdas donde cada prostituta ejercía sus actividades y recibía a sus clientes se llamaba "fornice", como también se llamaban los arcos de los teatros y anfiteatros que eran lugares de habituales encuentros sexuales. Dicho término dio origen al verbo "fornicar". 


La prostitución masculina 


La prostitución no era exclusiva de las mujeres, sino que la ejercían hombres jóvenes que ofrecían sus servicios tanto a hombres como a mujeres, según las fuentes escritas más remotas. Se sabe que los prostitutos masculinos esperaban en las esquinas de los baños a las mujeres para ofrecerles sus servicios de sexo oral. Sin embargo, según las creencias sociales de la época en cuanto a la degradación sexual de un hombre, era mucho peor considerado el prostituto que realizaba sexo oral a una mujer que el que se dejaba penetrar por otro hombre. Recibía el estatus legal de infame, lo que le dejaba al mismo nivel que las prostitutas, los gladiadores y los actores, lo que significaba la imposibilidad de votar o de representarse a sí mismo ante un tribunal.

Fue alrededor del año 200 d.C. cuando existía una calzada, la statio cunnulingiorum, en la que se reunían los prostitutos, pero diferenciándose en los papeles de activo y pasivo, según el lado de la calzada en el que se situaban. El jurista Paulo señaló que un marido podría asesinar a un prostituto si éste lo sorprendía en pleno acto sexual con su esposa. 

Se conoce el dato de que las prostitutas romanas se quejaron de la fuerte competencia que les hacían los jóvenes prostitutos que ofrecían sus servicios y eran mejor pagados por los clientes.


El proxeneta 


Esta figura imprescindible cuando se habla de prostitución, en la Antigua Roma podía ser hombre o mujer -llamado "leno" como ya se ha dicho anteriormente. Era el encargado de organizar, explotar y controlar a las prostitutas, manteniendo el orden, y cobraba una comisión o porcentaje del precio del servicio a cada una de ellas. La recaudación la hacía en nombre propio o en nombre de un tercero, habitualmente un rico inversor que podía ser el dueño de las esclavas y esclvos que destinaba a la prostitución. La parte recaudada a cada prostituta era una tercera parte como mínimo, aunque era probable que fuera una cantidad mayor. Si les daba habitación para dormir, ropa o comida, la prostituta tenía que pagarlas con sus ganancias.

Los precios eran muy diferentes según los servicios prestados, pero en general eran precios muy bajos que oscilaban en un cuarto de denario.

La prostitución también se vió aumentada por las clases más bajas como forma de búsqueda de un modo de vida que se sumaron a los esclavos en el ejercicio de la prostitución, pues éstos también mantenían relaciones sexuales co sus dueños obligados por los mismos, lo que hizo que la natalidad aumentara fuera del matrimonio considerablemente. Se combatía los embarazos no deseados con pociones abortivas o bien mediante el infanticidio o el abandono de los recién nacidos. Toda esta situación llevó al emperador Augusto a dictar leyes contra el adulterio.

La prostitución, pues, a pesar de ser una lacra social entonces y ahora, era fomentada y consentida por la sociedad de la Antigua Roma como un servicio que la propia sociedad y su estructura demandaba y sostenía, aunque se tenía la doble moral de condenarla públicamente y buscar sus servicios en lo privado. Como ha sido siempre. 

Ya decía Catón el Viejo: “Es bueno que los jóvenes poseídos por la lujuria vayan a los burdeles en vez de tener que molestar a las esposas de otros hombres”.

En definitiva de eso se trataba entonces y ahora: que los hombres puedan cometer adulterio sin correr el peligro de que sus esposas hicieran o hagan lo mismo, porque las profesionales del sexo ofrecen sus servicios con la discreción que su oficio demanda y la tranquilidad que ello supone para los hombres de cualquier época, antigua y moderna, porque suponen que sus mujeres están a salvo de la codicia de otros hombres, y sobre todo queda a salvo su propia vanidad, orgullo y sentido de la posesión que no serán profanados por ningún otro varón. 

Lo cual, además de pueril, es tan poco fiable como lo es la propia fidelidad masculina hacia la mujer a la que nadie pregunta qué piensa, qué desea y qué necesita. Por eso, quizás, su adulterio siempre es más sutil, secreto e inteligente y sin tener que recurrir a profesionales del sexo, salvo en contadas ocasiones que no llegan a formar nunca parte de la estadística, esa que sólo se ocupa de las cuestiones sexuales de los hombres que son las verdaderamente importantes, al menos para ellos. 

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Véase:

AMOR Y SEXUALIDAD EN LA ANTIGUA ROMA
ALFONSO CUATRECASAS ,
DIFUSION JURIDICA Y TEMAS DE ACTUA, 2009

LA PROSTITUCION EN GRECIA Y ROMA
VIOLAINE VANOYEKE ,
S.A. EDITORIAL EDAF, 1991

ARTE Y EROTISMO EN EL MUNDO CLASICO
CARMEN SANCHEZ
SIRUELA, 2005





martes, 29 de abril de 2014

EL SE XO EN LA ANTIGUA ROMA (2) POMPEYA

Las prácticas sexuales en la antigua Roma


Sátiro y Ninfa, mitos que representan a la sexualidad
en la antigua Roma, Fresco en una sala de una casa
pompeyana,
Si en el texto anterior hablaba de Pompeya como ciudad surgida de sus propias cenizas que la sepultaron en el año 79 d.C., en esta ocasión el objeto de este comentario es hablar de Pompeya y su relación con el sexo -y a través de este inicio llegar al tema del sexo en el mundo romano-, pues los últimos hallazgos arqueológicos demuestran que Pompeya era una ciudad en la que el sexo tenía un papel preponderante en la vida ciudadana y sus habitantes lo vivían sin complejos ni reticencias, al igual que el resto de los ciudadanos romanos.

El sexo formaba parte de la vida cotidiana de los pompeyanos con total naturalidad y sin tapujos, por lo que no es extraño que hubiera frescos con escenas explícitamente sexuales en las mansiones, no sólo en los lupanares, además de encontrarse en las entradas de muchas casas alusiones a las costumbres o hábitos sexuales de sus moradores, como algo que puede salir de la esfera privada e íntima y ser exhibida públicamente sin ningún atisbo de pudor o vergüenza. 

Una muestra de ello se encuentra, entre otros muchos hallazgos, en las últimas excavaciones realizadas en Pompeya, en una de sus ínsulas, concretamente en la ínsula VII-6 -o sea, una manzana de casas en un barrio de ciudadanos acomodados- en la que trabajan arqueólogos españoles. Allí se ha encontrado en el dintel de la casa 28 una alusión sexual explícita dedicada al dueño de la casa que dice "Secundus felator rarus", cuya traducción sería la de "Secundus es un chupador poco frecuente", lo que hace preguntarse si era un elogio o una descalificación grosera fruto de la venganza, ya que la felación se consideraba igual que la sodomía en un ciudadano romano libre porque era la manifestación del rol pasivo sexual que no se aceptaba en ningún varón.

En esa misma ínsula, en el que el grupo de españoles ha llevado a cabo el proyecto de la llamada Casa de la Diana Arcaizante, que ha podido servir para reconstruir con todo tipo de detalles la vida en esta lujosa casa pompeyana, una mano anónima de hace veinte siglos dejó escrito en un muro a pocos metros de la entrada "Restituta casta", como un elogio dirigido hacia la tal Restituta para distinguirla de otro homónima que bien podría ser una prostituta. También hay otro grafiti que tiene igual contenido sexual porque dice "Et quiscripit felas", que significa "El que escribió chupa".

Todas estas alusiones sexuales, tanto en el interior como en el exterior de las viviendas, sorprenden al ciudadano actual no acostumbrado a las manifestaciones sexuales en cuadros, grabados y demás elementos decorativos de una casa, y cuyas imágenes explícitamente sexuales sólo aparecen en películas de alto contenido erótico o pornográficas, revistas, espectáculos o programas de televisión de igual calado, para el ciudadano romano era algo natural y consustancial por lo que dichas manifestaciones sexuales no quedaban en el ámbito privado y se mostraban dichas imágenes sexuales en numerosos frescos en lujosas mansiones sin ningún tapujo y sin que ello supusiera que todo estaba permitido, pues sería un error caer en esa falsa idea.

Hagamos un poco de historia a grandes rasgos sobre este tema que es tan importante en cualquier sociedad:

Hipócrates fue el que creó los conceptos médicos sobre las mujeres y que han llegado desde la época romana hasta la victoriana. pues en una obra contenida en los Tratados hipocráticos, habla sobre la enfermedad de las vírgenes (morbus virgineus) que tenía unos síntomas como el mal color, dificultad respiratoria, hinchazón, palpitaciones, jaquecas y otras muchas manifestaciones, y aducía que este mal lo sufrían las vírgenes por no haberse casado al llegar a la edad adecuada para hacerlo, por lo que su abstinencia sexual era la que le producía tales síntomas por acumulación de la sangre dentro del cuerpo femenino. Afirmaba, por ello, que el embarazo era la cura. 

Estas afirmaciones fueron la base de los valores culturales de la sociedad griega sobre la mujer, al considerarla más débiles y tener, por tanto, una misión clara y fundamental en la vida como es la de ser madre. Todo ello hacía que las mujeres desearan casarse y ser madres para evitar tales males en caso de no hacerlo. Esta creencia pasó al mundo romano.

Los romanos, por su parte, creían que tenía que ser el hombre el participante activo en todas las modalidades de actividad sexual. La pasividad masculina se despreciaba por ser la demostración de ausencia de virilidad y de pérdida de control por lo que sería ridiculizado con el término de catamita -sirviente sexual pasivo-. Por ello, el ciudadano romano libre podía tener sexo con mujeres, esclavos -aunque fuera en contra de la voluntad de éste tanto si era como castigo como si no-, o prostitutos, pero siempre que fuera la parte activa. No existía, pues, en el mundo romano el concepto de heterosexual u homosexual, sino la de activo o pasivo en el plano sexual. Son muchas las fuentes en la Roma antigua que hablan de las relaciones sexuales entre hombres en la antigua Roma y su aceptación con los límites antes dichos. Hay muchas obras literarias, grafitis y alusiones sobre las preferencias de todo tipo de personajes de alto nivel -los ciudadanos de las clases bajas no eran tenidos en cuenta-, incluidos los emperadores. De estos últimos se sabe que de los doce que figuran en la obra de Suetonio Vida de los doce Césares :Julio César, César, Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio, Nerón, Galba, Otón, Vitelio, Vespasiano, Tito y Domiciano, exceptuando Claudio, al que criticaba Suetonio por no tener un amante varón, todos tenían un amante masculino, tanto si estaban solteros como casados. 

Existen algunos indicios, aunque escasos, de que se empezó a crear una subcultura homosexual en la antigua Roma -aunque sin comparación con la actual-. También existen datos de que existía una calzada en Roma sobre el año 200 d.C. donde se reunían los prostitutos masculinos, pero especializados en los roles de activo y pasivo. También existe constancia de que había hombres que iban a un distrito próximo al Tíber para buscar marineros con quienes mantener relaciones sexuales. Otro lugar de encuentro eran los baños públicos o termas que eran muy habituales para encontrar a posibles parejas sexuales. Juvenal afirma que en esos lugares los hombres se rascaban la cabeza como señal identificativa ante los demás. Otro signo distintivo era el color verde que usaban los homosexuales. A los afeminados se les llamaba galbinati por alusión a ese color relacionado con el mundo homosexual.

Al principio de la República la condena de la homosexualidad era explícita como demuestra la Lex Scantinia, de la que no se conoce totalmente su contenido pero fue mencionada por legisladores posteriores, y se sabe que castigaba duramente con la pena capital la relación sexual entre romanos libres, incluyendo en dicha condena también al ejercicio de la pederastia. Dicha ley iba dirigida a las milicias romanas y castigaba con pena de muerte dichas prácticas homosexuales. Esa primera actitud de intolerancia hacia la homosexualidad fue cambiando en el transcurso del tiempo, dependiendo de la situación histórica del momento, yendo siempre desde el extremo de una condena explícita, y después de una cierta tolerancia a mediados y finales de la República y principios del Imperio, hasta una amplia tolerancia que llegaba hasta el extremo de ser considerada tal práctica homosexual una costumbre cultural en ciertas provincias.

Otras leyes dictadas en tiempos de Augusto fueron la Lex Iulia y Lex Iulia de vi pública que regulaban, precisamente, las actividades homosexuales entre hombres libres que estaban prohibidas y castigadas con la pena capital, lo que se recoge en la Lex Scantinia ya citada y dirigida a la milicia romana. El hombre que permitía ser sodomizado recibía los nombres de "pathicus" o "catamita" -joven esclavo pasivo- o "cinaedus" -equivalente a eunuco- , términos que venían a ser similares a "pasivo" y por ello quien actuaba como tal era despreciado por considerarlo afeminado y débil.

Sin embargo, esto se refería a las relaciones entre hombres romanos libres, pero no se ampliaba a los esclavos o bárbaros -llamados así los extranjeros que procedían de territorios no romanos-, porque no se les consideraba personas, sino objetos. A estos se les consentía las prácticas homosexuales sin restricción, pero no así a los ciudadanos romanos que eran menospreciados e infamados sin se dejaban penetrar. 

Aunque no existía el término homosexual como tal ni en latín ni en griego antiguos, sí parece que la bisexualidad era la norma, aunque hay autores de la época que reconocían que en la antigua Roma había hombres que mantenían relaciones sexuales únicamente con hombres. Sin embargo la homosexualidad femenina no se aceptaba ni se admitía su existencia, por considerarla infamante para la mujer que la practicara. Esto se debe a que no se tenía en cuenta la sexualidad de la mujer, porque no se reconocía en ella lel deseo sexual como tal, ya que se presuponía que ella siempre encontraba placer en el acto sexual, aunque sufriera una violación.

Hay que tener en cuenta que la práctica sexual con los esclavos, por ser estos considerados cosas (res) podían ser utilizados para todo tipo de prácticas sexuales, o de cualquier tipo, que entre ciudadanos libres serían considerados delitos. Además, las actividades homosexuales con esclavos no eran consideradas como forma de obtener placer sexual, sino como un modo de castigo al esclavo rebelde o desobediente, y se consideraba que era igual castigo al hecho de ser azotado.

En el siglo I dos autores como son Suetonio y Tácito admiten la celebración de matrimonios entre hombres sin ningún tipo de obstáculos, ya que el matrimonio en Roma era considerado simplemente un contrato privado, sin tener la categoría de sagrado que tuvo desde la introducción generalizado del cristianismo. El propio emperador Nerón se casó con un joven eunuco de palacio llamado Esporo, al que llamó Sabina, para que le consolara de la muerte de su amada Popea.

Tanto en Grecia como en Roma era la norma que el erómeno, o miembro joven de la pareja, fuera el sujeto pasivo en la relación sexual y el mayor, o erastés, fuera el activo, sin embargo existen muchas evidencias de que en la sociedad romana había muchos hombres mayores que preferían ser el pasivo dentro de la pareja y el joven esclavo ocupara el de miembro activo -no hay que olvidar que la relación sexual entre dos ciudadanos romanos libres estaba prohibida para el que ejerciera de pasivo-.Era creencia generalizada que sólo el miembro activo de la pareja obtenía placer sexual; y se asimilaba el papel pasivo al de una mujer, el cual era muy bajo en Roma. Se solía denominar a los que tomaban el papel pasivo como cinaedus, término equivalente a eunuco.

No sólo existía la atracción homosexual hacia los hombres jóvenes, sino también hacia hombre ya adultos. Suetonio escribe al respecto sobre la afición del emperador Galba hacia los hombres fornidos y con experiencia. También existían informes de soldados que eran acosados sexualmente por algunos de sus superiores. 

La felación también era práctica frecuente, de lo que es una muestra el grafiti encontrado en Pompeya que aludía a las habilidades extraordinarios en esa práctica del mencionado Segundo. Esta actividad se consideraba igual de pasiva para quien se la practicara a otro.

En la sociedad romana un pene muy desarrollado era señal inequívoca de virilidad y atractivo sexual, como ejemplo de la fertilidad cuyo dios era Príapo. Petronio escribe al respecto con admiración que un hombre con un pene de extraordinario tamaño buscaba encuentros sexuales en un baño público, visiblemente excitado. Afirmaba que muchos emperadores eran objeto de burla y sátiras por tener a su alrededor hombres dotados con grandes atributos sexuales. 

Varios poetas latinos escribieron obras que alababan estas relaciones como es el caso de Cátulo, Horacio, Virgilio u Ovidio. También Petronio describe en su obra el Satiricón las costumbres de la sociedad imperial y habla frecuentemente da relaciones homosexuales entre sus personajes. El poeta Marcial también defiende las relaciones pederastas y alaba el amor hacia el efebo y no únicamente su uso como objeto sexual.

En cuanto a la pederastia que había perdido hacía mucho tiempo en Grecia su función pedagógica y los límites que ello imponía, en el mundo romano se extendió como una forma de búsqueda de placer sexual y se consideraba igual que el deseo por las mujeres, aunque hubo muchos autores que condenaban dichas prácticas por considerarlas vergonzosas, aunque otros escritores no la condenaron completamente, pues aceptaban y alabaron algunos de sus aspectos, aunque no todos.

La práctica de la pederastia alcanzó su mayor auge durante el mandato del emperador Adriano que continuó la pasión por los efebos de su antecesor Trajano. Es conocida la pasión amorosa de Adriano por el joven griego Antinoo quien murió ahogado y el emperador Adriano erigió en su honor templos en Bitinia, Mantineia y Atenas y le puso su nombre a una ciudad que se llamó Antinópolis.

Posteriormente, en el siglo III el emperador Heliogábalo, del que todos conocían sus muchos amantes masculinos, llegó a casarse dos veces vestido de mujer, manifestando así de forma explícita su papel pasivo en la relación. Existen muchas anécdotas sobre su comportamiento licencioso y por ello se conocían a los soldados de su guardia personal como " los rabos de burro" porque los reclutaba en las termas entre los que estaban mejor dotados sexualmente. También el emperador Filipo el Árabe, a quien se considera oficialmente el primer emperador cristiano, fue también conocido por su desaforada pasión por los efebos.

Con la implantación del cristianismo, la tolerancia con la homosexualidad y la pederastia fue disminuyendo en el transcurso de los siglos en el mundo romano y en todo Occidente.

Aunque puede verse cierta permisividad sexual en estas prácticas que estaban reguladas, hay que tener en cuenta que la sociedad romana era fundamentalmente clasista, es decir, basada y dividida en clases sociales. Por ello, el adulterio que era considerado como tal la actividad sexual de una mujer casada y un hombre que no era su marido -pero no así la del hombre casado con una mujer que no fuera su esposa-, sólo tenía importancia si la mujer era de la clase patricia o clase alta, pero no la de la casada infiel de clase baja, lo que no tenía condena ni importancia en la sociedad romana.

El adulterio era castigado duramente en el caso de mujeres de alta posición -regulado en la Lex Julia de adulteriis que lo calificaba como un crimen público y privado-, y la mayoría de las veces consistían en penas patrimoniales o económicas: a la adúltera se le confiscaban un tercio de sus propiedades y la mitad de su dote; al hombre que había cometido adulterio con ella la pena que se le aplicaba era la confiscación de la mitad de sus bienes. Esto no era la única pena impuesta a la adúltera, porque había un castigo mayor que quedaba a juicio del marido engañado, o bien del varón adulto que ejerciera la "potestas" sobre la adúltera -podía ser el padre, hermano mayor, o a falta de estos quien ejerciera dicha función-, se le podría aplicar la pena de muerte, a juicio de quien ejerciera esa potestad sobre ella. Si la muerte no fuera la pena impuesta, sí lo era siempre la de que no nunca pudiera volver a casarse.

Es extraño para la mentalidad actual que, sin embargo, y a pesar de esas leyes tan duras contra la mujer adúltera, sí le estuviera permitido a ella poder tener relaciones sexuales con otros hombres que no fueran su marido en el único caso de que estuviera embarazada, lo que estaba socialmente aceptado -el caso de Iulia, la hina de Augusto es un ejemplo muy conocido del uso de dicha licencia-. Lo que demuestra que el matrimonio romano estaba fundado sobre la salvaguarda del patrimonio -o bienes del marido- para que pasaran a hijos de éste y no a hijos ajenos. Cuando la mujer estaba embarazada ya no podía concebir de otros hombres y por eso se aceptaba dicha práctica que hubiera sido penada en caso de no existir embarazo alguno. Lo cual podría abrir la puerta a que la mujer fingiera un embarazo de su marido siendo de un amante, y así poder seguir teniendo relaciones con éste con total libertad hasta que naciera su hijo.

Todas estas leyes en contra del adulterio y en favor del matrimonio y la fidelidad de la mujer, en época de Augusto, supusieron un aumento considerable del concubinato (contubernium) que quedó así reconocido en el propio derecho, ya que era la práctica usual en la Roma antigua y que autorizaba a un hombre libre no casado a tener una relación sexual permanente no marital con cualquier mujer de rango inferior, pero sin trabas ni perjuicios para éste, a excepción de que fuera con una prostituta. La concubina estaba mejor considerada que la (paelex) que era la amante del hombre casado, pero el hombre no podía convivir con la concubina de forma legal ni casarse con ella si estaba casado legalmente, aunque tampoco los hijos habidos de esta relación no legal con la concubina podían tener derechos a la herencia del padre, porque no se aceptaban en Roma los hijos ilegítimos, es decir, los habidos fuera del matrimonio. Esto representaba una seguridad patrimonial tanto a la esposa como a los hijos nacidos del matrimonio.

El concubinato era una institución cuasi legal en cuanto aceptada socialmente, ya constan en las Leyes Iuliae del emperador Augusto, sobre todo Lex Iulia de Maritandis Ordinibus (18 aC), en la cual se regulaba la celebración de matrimonios dentro de los límites estrictos de las clases sociales, lo que suponía un implícito reconocimiento del concubinato como la convivencia sin matrimonio para situaciones de hecho entre parejas desiguales socialmente, porque permitía al varón no casado -las mujeres de cierta rango social no podían ser concubinas sin tener una nota infamante (perder la reputación y el honor)-, tener relaciones sexuales fuera del matrimonio de forma lícita, porque otras eran consideradas ilícitas como las relaciones con prostitutas. Esto permitió a muchos romanos tener relaciones no matrimoniales de forma no vergonzosa con mujeres que habían sido esclavas o prostitutas o darle un apoyo social a uniones de hecho desiguales sin llegar al matrimonio.

Para que el hombre pudiera vivir en concubinato con una mujer sin matrimonio tenía que comunicarlo a las autoridades. Ya se ha dicho antes que los efectos hereditarios de un viudo con hijos que eligiera esa fórmula de convivencia, no se verían amenazados por los hijos que nacieran de esta última unión.

La consideración de la concubina era socialmente inferior a la de la esposa y eso era la única diferencia, como afirma Paulus, el jurista en su obra Opiniones, porque la concubina nunca llegará a tener el rango de su pareja como sí le sucede a la esposa legítima.

Ya se ha dicho antes que la concubina tenía una mayor consideración en la sociedad romana que la (paelex), es decir la amante de un hombre casado. Por ello, las leyes romanas negaban la posibilidad de que un hombre casado pudiera tener una concubina, aunque existen casos históricos en los que no se cumple dicha norma prohibitiva como son los casos de los emperadores Augusto -que repudio a Escribonia, su segunda esposa porque se quejaba celosa de la gran influencia que ejercía sobre él su concubina-, Marco Aurelio -emperador padre del sanguinario emperador Comodo, personaje que aparece la famosa película Gladiator-, y Vespasiano.

Las leyes no amparaban legalmente a las concubinas y éstas dependían económicamente de la generosidad de sus respectivos amantes, porque la ley no quería darle el mismo protagonismo a la concubina que a la esposa legítima, en aras de proteger al matrimonio y a la familia y lo que ella representa como núcleo patrimonial.

Por ello, el jurista Ulpiano dejó escrito en su Lex Iulia et Papia que con las concubinas eran las únicas mujeres con las que se podía tener relaciones sexuales licitas sin cometer un delito -sin estar casado y siendo un ciudadano libre-, como sí sería el caso de recurrir a la prostitución o a las prácticas homosexuales pasivas. Legisla también sobre la posibilidad de que cualquier hombre puede tener una concubina siempre y cuando sea mayor ésta de doce años.

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