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jueves, 7 de octubre de 2010

¿Los vascos son españoles?







por Ana Alejandre

Desde tiempo inmemorial se ha debatido este supuesto enigma histórico, sobre todo en la actualidad, por eso de la situación política en el País Vasco y las ansias de los partidos y grupos políticos nacionalistas y separatistas de conseguir sus fines.

Sin embargo, esta pregunta planteada y cuya respuesta parece un enigma histórico, aunque sea de signo afirmativo para los mencionados grupos políticos vascos, no tiene nada que ver con la realidad histórica que muchos, por eso de defender sus peculiares ideas, tratan de ocultar.

Hay que afirmar rotundamente y a la vista de los datos históricos que la supuesta idea o sentimiento nacionalista de los vascos no existía en épocas tan remotas como la de la invasión musulmana, años en los que está demostrado documentalmente que los vascos no tenían ningún sentimiento o “conciencia nacional” que ahora propugnan como de origen secular.

Esta afirmación anterior está reconocida por autores de carácter eminentemente nacionalista como Fray Bernardino de Estella. Es evidente que cuando el reino de Navarra se convierte en una formación política de carácter indudable de “vascona”, sus monarcas no se auto titulan como “reyes vascos”, sino como “reyes de las Españas”, según aparece en el acta de traslación del cuerpo del rey Sancho Garcés III a San Millán, el 14 de mayo de 1030.

Igualmente, y en el mismo sentido de lo español, el rey Alfonso III de León –quien se denomina rex totius Hispaniae-, tuvo como meta reconquistar la España musulmana, pero no construir un “reino vasco”, Para conseguir dicho fin, casaron y emparentaron con castellanos, aragoneses, asturianos y leoneses, en un claro intento de avanzar en la lucha común para arrebatarle sus dominios a los musulmanes conquistadores.

A todo ello se une que un rey navarro, Sancho III, -al que los nacionalistas vascos en un gesto de suprema estupidez han nombrado como rey de Euzkadi- que, en el Decreto de restauración de la catedral de Pamplona, hablaba de “nuestra patria, España” y de eso hace menos de un milenio. Además de que utilizaba más el romance navarro, es decir la lengua castellana, y de esta forma se fue perdiendo la lengua euskera en tierras como Navarra, Álava y la Ribera navarra, convirtiendo al romance navarro en una lengua tan vasca como el euskera, y todo ello para el asombro escandalizado de los historiadores nacionalistas vascos que lo consideran casi una traición.

Por ello, el avance del castellano no fue una hazaña de la misma Castilla, entonces un territorio minúsculo, la que extinguiera el uso del vascuence o euskera en esos territorios, sino fueron los propios reyes euskaldunes navarros los que propiciaron la extensión del castellano en detrimento del vascuence y redactaron en lengua castellana sus escritos con una antelación de sesenta años a los propios reyes castellanos.

Además de lo expuesto, el rey Alfonso I el Católico, según relata su hijo Alfonso II el Magno, en el siglo XI, hablando sobre las hazañas de su padre, afirma que entonces las tres provincias vascongadas estaban unidas voluntaria y firmemente a Castilla. Guipúzcoa se unió a ésta en el siglo XI y definitivamente en el siglo XII, cuando reinaba Alfonso VIII. Los guipuzcoanos expresaron su deseo de unirse al Reino de Castilla, no a un ente vascón como era Navarra, y así lo expresó voluntariamente la Junta General de Guipúzcoa. En los siglos posteriores, dicha Junta denominó en sus escritos “castellanos” a los guipuzcoanos y esto era motivo de orgullo para ellos.

Además, los guipuzcoanos atacaban las aldeas navarras por considerarlas enemigas. Era tan firme y auténtica la unión de los guipuzcoanos a Castilla que sus soldados combatieron feroz y bravamente en la lucha contra el Islam, y la propia Junta General hizo jurar al rey enrique IV que nunca separaría de su Corona villas, pueblos y aldeas de Guipúzcoa, ni la propia Guipúzcoa entera, lo que el rey juró de respetar ni siquiera con dispensa papal.

Álava siguió el mismo camino que Guipúzcoa y solicitó su anexión a Castilla en 1200, lo que fuer confirmado con toda solemnidad por pacto fechado el 2 de abril de 1332, y los alaveses también exigieron que nunca fuera separada Álava del Reino de Castilla.

En el caso de Vizcaya que entonces era un señorío, pasó también a formar parte y de forma voluntaria de la Corona de Castilla en 1179, El primer rey castellano nombrado Señor de Vizcaya fue Juan I (1358-1390). Vizcaya seguía conservando sus instituciones, pero bajo la supervisión de Castilla, que estaba sita en Valladolid. Esto sucedía igual para las otras dos provincias vascas, y las deliberaciones de las Juntas respectivas se hacían indistintamente en vascuence y castellano, aunque se prohibía que quien no supiese hablar y escribir en castellano pudiera ocupar ningún cargo de procurador o administrador, porque ambas lenguas se consideraban igualmente vascas y no se permitía el desconocimiento de una de ellas.

Al final de la Edad Media, la situación seguía igual y los vascos se sentían unidos igualmente al Reino de Castilla, al que se habían unido antes que Extremadura o Andalucía, que a Navarra.

En lo que respeta a los vascos franceses, siempre mostraron su identificación hacia Francia de la que se sentían naturales y con marcado acento patriota.

En los siglos siguientes, los vascos siguieron ocupando cargos y batallando al lado de Castilla, cuando ésta tenía hegemonía absoluta, y dando gloria a su pabellón con figuras tan conocidas como la de Juan Sebastián Elcano, marino vasco y español, que fue el primero en dar la vuelta al mundo. Además, Legazpi, que conquistó las islas Filipinas para España y era igualmente vasco y español. Igualmente, Urdaneta, otro vasco y español, que luchó primeramente en Flandes y Alemania y después navegó por el océano Pacífico.

Hay otros muchos nombres vascos y españoles que han pasado a la historia por sus gestas engrandeciendo el pabellón español: Juan de Garay, que fue el segundo y definitivo fundador de Buenos aires; Ortíz de Zárate, capitán general del río de la Plata; o García Oñez que fue el vencedor de Tupac Amaru, por citar sólo a unos cuantos de una lista interminable que navegaron y lucharon con los conquistadores españoles de América.

En la Administración también sobresalieron vascos y españoles que parecían tener la primacía para llegar a ocupar los puestos más importantes, como ya se refieren en un pasaje del Quijote, cuando a Sancho Panza lo nombraran gobernador de la ínsula de Barataria y su secretario afirmaba que sabía leer y escribir, además de ser vizcaíno, a lo que el propio Sancho contestaba irónicamente que con esas credenciales podría llegar a ser Secretario del propio Emperador, haciendo alusión a la influencia que los vizcaínos y vascos todos tenían en la propia Corona de Castilla.

En el siglo XVIII, con la llegada de la Ilustración, el grupo llamado con ironía por el padre Isla “caballeritos de Azcoitia” utilizaran el lema Irurk bat que significa tres en una, en una ardiente defensa de la españolidad de las tres provincias vascas, pero sin incluir a Navarra ni a las tierras vascofrancesas.

Cuando el avance de Napoleón, los vascos dieron muestra de total patriotismo español, de lo que queda constancia en la carta enviada al rey por la Diputación de Vizcaya, con fecha 4 de julio de 1795, ofreciendo derramar hasta la última gota de sangre de sus naturales en defensa de la patria común, lo que llevaron a la practica con todo heroísmo cuando en 1808 los franceses invadieron España.

Tanta era la identificación de los vascos con la nacionalidad española, que cuando en Cádiz se celebraron las Cortes Constituyentes, aceptaron sin ningún tipo de obstáculos el nacimiento de la nación española como tal, aún a sabiendas que perdían sus propios fueros, porque era más importante la felicidad de la nación que el simple provincianismo. La nación no era otra que España, porque no podía ser otra.

Los franceses, sin embargo, intentaron congratularse con los vascosfranceses permitiéndoles hablar y utilizar el vascuence y le prometieron la autonomía. Sin embargo, aquellos ciudadanos vascos, en una demostración palpable de dignidad y nobleza rechazaron esa trampa y defendieron la independencia de España, con nombre como Zumalacárregui, Jáuregui, por citar algunos de los nombres que lucharon contra Napoleón.

Posteriormente, las guerras carlistas fueron motivo de división entre los vascos, pero hay que señalar que no fueron luchas entre españolistas e independentistas, sino entre vasco-españoles-liberales y vasco-españoles-absolutista-carlistas. Zumalacárregui y el pretendiente carlista don Carlos, cuando éste llegó a Elizondo, redactaron un manifiesto alentando a los españoles a encontrar la paz para no derramar más sangre española.

Fue en aquellos años cuando lo que se podría considerar un predecesor del nacionalismo vasco, Agustín Chaho, vasco-francés, que odiaba tanto a España como a Francia, llegó a Navarra para fomentar el separatismo y Zumalacárregui que era tanto español como vasco lo expulso sin miramientos de su territorio.

Los vascos de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX, no hubieran nunca aceptado la idea de que eran sólo vascos y no españoles, sin enojarse profundamente y considerarlo un insulto o una mentira intolerable. Fue a la llegada de Sabino Arana, a finales del siglo XIX, con sus escritos de carácter ahistórico, racistas y de una religiosidad fundamentalista y oscurantista, creador del partido PNV, quien creó la semilla de la discordia, cuestionando la españolidad de los vascos, aunque en su tiempo lo consideraban un mero trastornado y recibiendo el rechazo, lo que parece que le influyó para que en 1903 el propio Arana defendiera la idea autonómica, es decir, el “autonomismo españolista”, por encima del nacionalismo que antes propugnaba.

Por todo lo anterior, y a la vista de los datos históricos basados en hechos, se puede comprobar el sentimiento de los vascos a lo largo de los siglos de pertenecer de forma voluntaria, sincera y expresada continuamente, a la patria común española, a pesar de que en el siglo XX la locura nacionalista y separatista ha costado miles de victimas, ha conseguido dividir a los vascos en posiciones irreconciliables, y ha creado un clima de terror en todo el territorio vasco y en el resto de España que está sostenida sobre la premisa falsa de que los vascos no son ni han sido nunca españoles, a pesar de que las evidencias históricas demuestran lo contrario.

El problema es que a los niños y jóvenes vascos les están inoculando el odio a lo español, haciéndole olvidar sus orígenes y contándoles mentiras históricas que tendrá graves consecuencias para el futuro de todos, porque cuando la realidad se supedita a una gran mentira no existen vencedores ni vencidos, sólo existen víctimas del uno y el otro lado.

Bibliografía:

Adiós España. Verdad y mentira de los nacionalismos. Jesús Laínz, Madrid, 2004.

Hijos de la gloria y de la mentira. Historia de los vascos entre España y la AntiEspaña, Getafe, 2004. (Trilogía)

Los vascos en la historia de España, J.A. Vaca de Osma, Madrid, 1996.

El bucle melancólico. Juan Juaristi, Madrid, 1997.

Divagaciones apasionadas, Pío, Baroja

El tablado de arlequín, Pío Baroja.